Cuando conocemos a una persona a partir de su apariencia, su comportamiento no verbal y la conducta que manifiesta, inferimos una serie de características que nos ayudan a formar las primeras impresiones. No todas las características que observamos en una persona atraerán por igual nuestra atención, son fundamentalmente las más significativas o sobresalientes las que generarán la primera impresión de alguien. Por ejemplo, no nos resultará extraño ver a un niño en un parque infantil, pero si no llamará la atención verlo en la cola de la fotocopiadora de facultad de medicina.

Es nuestra experiencia, el conocimiento almacenado que tengamos de otras personas sobre sus conductas, los rasgos y las situaciones sociales vividas, los que van a influir sobre las características que hemos inferido previamente (es decir, las asociaciones que hemos aprendido en base a nuestra experiencia y los pensamientos que solemos tener frecuentemente). De hecho, aprendemos a asociar determinadas características a determinados rasgos, por ejemplo, podemos asociar la labor de un joven ayudando a cruzar la calle a un anciano, al rasgo de bondad o generosidad.

Desde mediados de la década de los 40 el Psicólogo Polaco Solomon Asch, se ocupó extensamente del problema de la formación de impresiones y en sus investigaciones se descubrió que las impresiones que nos formamos de los otros, se ven fuertemente afectadas por la información que recibimos primero, y a esto se denominó “Efecto de Primacía”. Muchas veces una vez que tenemos una información inicial, no nos preocupamos en prestar mucha atención a la información adicional.

Otras veces cuando elaboramos una primera impresión, es poco certera por estar basada en informaciones incompletas. Sin embargo, aunque las primeras impresiones influyen de manera significativa en las interacciones posteriores, muchas veces pueden modificarse, ya que cuando vamos conociendo mejor a una persona nuestra idea va cambiando.

“Un domingo por la mañana en el metro de Valencia, la gente estaba tranquilamente sentada leyendo el periódico, perdida en sus pensamientos o descansando con los ojos cerrados.  La escena era tranquila y pacífica.

Entonces de pronto entraron en el vagón un hombre y sus hijos. Los niños eran tan alborotadores e ingobernables que de repente se modificó todo el clima. El hombre se sentó junto a mí y cerró los ojos, en apariencia ignorando o abstrayéndose de la situación. Los niños vociferaban de aquí para allá arrastrando objetos, incluso arrebatando los periódicos de la gente. Era muy molesto. Pero el hombre sentado junto a mí no hacía nada.

Resultaba difícil no sentirse irritado. Yo no podía creer que fuera tan insensible como para permitir que los chicos corrieran salvajemente sin impedirlo, ni asumir ninguna responsabilidad. Se veía que las otras personas que estaban allí se sentían igualmente irritadas.

De modo que, con lo que me parecía una paciencia y una contención inusuales, me volví hacia él y le dije: “Señor, sus hijos están molestando a muchas personas. ¿No puede controlarlos un poco más?.” El hombre alzó los ojos como si solo entonces hubiera tomado conciencia de la situación, y dijo con suavidad: “Oh, tiene razón. Supongo que yo tendría que hacer algo. Volvemos del hospital donde su madre ha muerto hace más o menos una hora. No sé que pensar y supongo que tampoco ellos saben como reaccionar.”

Mi paradigma cambio, de pronto ví las cosas de otro modo, y como las veía de otro modo, pensé de otra manera, sentí de otra manera y me comporté de otra manera. Mi irritación se desvaneció. Era innecesario que me preocupara por controlar mi actitud o mi conducta; mi corazón se había visto invadido por el dolor de aquel hombre. Libremente fluían sentimientos de simpatía y compasión. “¿Su esposa acaba de morir?. Lo siento mucho… ¿Cómo ha sido? ¿Puedo hacer algo?.” Todo cambió en un instante…”

Detrás de cada persona con la que nos cruzamos unos segundos, detrás de su mirada, detrás de sus gestos… está su interior.

“Cuando cambiamos  la forma de mirar las cosas, las cosas que miramos cambian” – Wayne W. Dyer-

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