Cada vez son más las personas que comentan sentirse ansiosas. Pero… ¿Qué es la ansiedad? La ansiedad es una respuesta innata cuyo fin es la supervivencia. Cuando nos encontramos con un peligro, la ansiedad se dispara y logra que reaccionemos de una forma eficaz para sobrevivir; por tanto, los síntomas relacionados con la ansiedad tienen una función adaptativa. Sin embargo, la ansiedad puede aparecer en situaciones que no suponen mayor riesgo y las personas podemos percibir como amenazantes; por ejemplo subir a un autobús o a un ascensor, enfrentarnos a un examen etc.

Cuando hacemos referencia a una ansiedad patológica o anómala, nos referimos a una reacción agitada, intensa y desproporcionada que va más allá de cualquier situación complicada. Esta ansiedad conduce a una manera determinada de comportarnos, reaccionar, pensar y sentir que puede incluso limitar a una persona generando un escaso autocontrol y dominio de situaciones cotidianas.

La ansiedad se puede producir después de una situación traumática, por imitación de comportamiento de padres o a partir de una etapa infantil con miedos frecuentes, pero tampoco debemos descartar cierta predisposición genética a padecerla. Aunque siempre depende de cada persona, la entrada en la vida adulta suele ser la etapa más frecuente de la primera aparición ansiosa.

Cuando una persona padece ansiedad lo que más suele resaltar es la sensación de malestar intenso (temor,  preocupación, miedo, inseguridad, angustia…) y la sintomatología fisiológica que experimenta (tensión muscular, palpitaciones, temblor, molestias gastrointestinales, dificultades respiratorias, dolores de cabeza, mareos, sequedad en la boca…). Se le suele atribuir mucha importancia a la sintomatología ansiosa, pero es fundamental entender que el pensamiento juega un papel importante en la aparición y desarrollo de la ansiedad.

Cuando nos sentimos angustiados o preocupados, los pensamientos y sentimientos suelen reforzarse unos a otros. Los pensamientos catastróficos producen sentimientos de ansiedad y miedo. Dichos pensamientos suelen parecer completamente realistas, pero no es así.  Es importante aprender a identificar este tipo de pensamientos, ya que incluso muchas veces nos estamos diciendo a nosotros mismos que corremos peligro y  que estamos al borde de perder el control.

Imaginemos el caso de Luisa, una mujer a la que le encantaba pasear todas las tardes después del trabajo. A veces se llegaba a encontrar algo cansada, pero entendía que formaba parte de la larga caminata que había realizado al final del día. Sin embargo, los últimos meses cada vez que se sentía algo cansada, comenzaba a preocuparse y ya no disfrutaba igual que antes. A su cuñada le había dado un mareo una tarde paseando por la calle y desde entonces en la cabeza de Luisa aparecía un pensamiento recurrente “¿Y si me pasa a mí?”, a partir de ahí fue desarrollando una serie de imágenes en su cabeza donde se  visualizaba tendida en el suelo sin que nadie la viera o la pudiese ayudar. Estos pensamientos hacían que Luisa, a pesar saber que caminar le beneficiaba, se notara cada vez más ansiosa, llegando incluso posteriormente a generar ataques de pánico y evitar salir de casa.

La ansiedad se suele producir como consecuencia de una percepción de amenaza futura y  puede manifestarse de muchas formas y ante situaciones muy diversas; por todo ello, podemos hablar de diferentes trastornos de ansiedad. En dichos trastornos, hacemos una interpretación exagerada o errónea de una situación concreta, de esta manera, en lugar de protegernos de un peligro real,  actuamos de un modo inadecuado.

“La ansiedad es un arroyo de temor que corre por la mente. Si se alimenta puede convertirse en un torrente que arrastrará todos nuestros pensamientos”.  (A. Roche)

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