El Burnout o síndrome del “trabajador quemado” o desgaste profesional, fue descrito por primera vez a mediados de los años 70 por el psiquiatra Herbert Freudenberger tras sus observaciones en una clínica de toxicómanos donde prestaba servicios. Freudenberger observó que la mayoría de los trabajadores de dicha clínica tenían una pérdida progresiva de energía, desmotivación por el trabajo y algunos síntomas característicos de ansiedad y depresión.

Posteriormente, la psicóloga Cristina Maslach empleó el termino burnout para referirse a una sobrecarga emocional, y lo definió como “síndrome de agotamiento emocional, despersonalización y baja realización personal que puede ocurrir entre individuos cuyo trabajo implica atención o ayuda a personas”.

Actualmente entendemos el síndrome de burnout como una respuesta de estrés laboral crónico (la persona se percibe impotente y desbordaba para hacer frente a los problemas que se presentan en su trabajo). Dicha respuesta está compuesta por pensamientos, emociones y actitudes negativas hacia el trabajo; hacia las personas con las que se relaciona el trabajador/a en su puesto; hacia los clientes o incluso hacia su propio rol.

Una de las principales características de este fenómeno es que suele producirse en profesiones que uno ha elegido libremente, es decir, suelen ser más vocacionales que obligatorias. Por lo general, los sectores más vulnerables son los relacionados con el mundo sanitario, la educación o la administración pública. Por ejemplo, el caso de Marta, una mujer  que había “idealizado” su trabajo  y no se parece en nada a lo que había imaginado que era; sus horarios no le permiten solventar todo lo que quisiera y  se siente además frustrada porque observa que su labor no es productiva. Por otra parte, los bajos sueldos, los escasos incentivos profesionales o la pérdida de prestigio social son también factores que pueden contribuir a la aparición del desgaste profesional.

Los síntomas de este síndrome pueden ser muy diversos: sentimientos de fracaso, impotencia, desamparo, frustración; problemas de concentración; ansiedad, irritabilidad, cambios de humor frecuentes;  cansancio y fatigas crónicos; problemas de sueño, cefaleas; dolores musculo esqueléticos; alteraciones gastrointestinales; taquicardias; disminución del rendimiento laboral y de la calidad del trabajo; frecuentes bajas laborales y ausencias injustificadas; dificultades de relación con compañeros de trabajo y/o receptores de los servicios profesionales…

Después de todo lo comentado, es necesario disponer de una serie de acciones preventivas. Algunas de las medidas preventivas a tener en cuenta son las siguientes:

– En primer lugar es importante identificar aquellas organizaciones o empresas que pueden ser más vulnerables al síndrome; valorar el entorno y las infraestructuras, analizar el diseño de los puestos de trabajo y medidas ergonómicas. Mejorar la seguridad laboral y la motivación intrínseca de los empleados.

– Disponer de una adecuada descripción de puestos de trabajo, evitando ambigüedades y conflictos de rol. Todo profesional debe tener claros tanto sus objetivos como sus tareas.

– Regular las demandas en lo referente a la carga de trabajo. Hacer seguimientos con los propios trabajadores, comentar las dificultades encontradas y adecuar las cargas.

– Liderar de forma adecuada, para lo que es fundamental formar a los gestores de personas. Es necesario tener en cuenta las opiniones de los trabajadores haciéndoles partícipes de la toma de decisiones.

– Generar un buen clima de trabajo y detectar “ambientes tóxicos”; mantener informados a los trabajadores y lograr unos adecuados canales de comunicación (tanto vertical como horizontal). Todo ello también nos va a ayudar a identificar, discriminar y solventar problemas.

–  Intentar establecer horarios flexibles

– Lograr oportunidades de formación continua y desarrollo (además de la formación propia del puesto, es necesario formar en habilidades comunicativas; negociación; gestión de estrés y ansiedad …)

“El éxito no consiste en cuanto dinero tienes,  ni en cuanto poder acumulas, sino en cuántos ojos haces brillar a tu alrededor”. Benjamin Zander

No dejes que nadie pierda la ilusión.

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